Crónica fin de academia GCACW
Yo no quería participar este año en la academia de Grandes Campañas de la Guerra Civil Americana. No es que el juego no me guste, que me encanta, pero quería emplear ese tiempo en otras cosas. La Academia contó con dos fases: durante varios meses, en casa, por las noches, a través de Internet, cada dos jueves, haciendo de tutor para nuevos jugadores y, finalmente, en las jornadas llamadas Campamento Barton, siendo el tutor de más jugadores ya en vivo. Un tiempo que, pensé, me apetecía usar para otras cosas, otros juegos que me apetecía probar. Pero a Kalino, el organizador de todo este tinglado, es muy difícil decirle que no. Es tan majo y nos ha hecho tantos favores a todos que cada vez que te pide algo lo ver como una oportunidad de oro para ser un poco justo con él. Y, por supuesto, le dije que sí con el entusiasmo de quien va al dentista.
Qué equivocado estaba. Y lo estaba porque me había olvidado de dos cosas muy importantes. Bueno, una importante y la otra realmente esencial, algo que pertenece al corazón mismo de esta afición y de la vida misma si se me apura.
La primera, lo increíblemente bueno que es este juego. Lo juego mucho en solitario y lo he jugado bastante a dos y en multijugador, pero cada partida es una experiencia nueva. Me encanta la profundidad estratégica que tiene en la maniobra, en la importancia del análisis y el uso del terreno, en el despliegue de las tropas y en la planificación a largo y corto plazo, y aún me gusta más la emoción que conlleva cada tirada de dados, tanto para el movimiento como para el combate. Una combinación perfecta entre análisis, experiencia, riesgo y suerte. No hay dos partidas iguales y la cantidad de escenarios y campañas es muy grande. Una rejugabilidad casi infinita y que garantiza que cada partida va a ser un disfrute. Volver a este juego ha sido como volver a ver esa película que te encanta y que, desde el primer plano, vuelve a engancharte como si la estuvieses viendo por primera vez… con la diferencia de que, en el juego, cada vez que la “ves”, que la juegas, la película cambia y te lleva a lugares inesperados y fascinantes. Un disfrute.
La segunda cosa, y aún más importante, es que si bien ya me lo paso bien jugando sólo, disfruto muchísimo más viendo como otros se lo pasan bien gracias a mí o, al menos, a mi contribución a la partida. Creo que hay pocas cosas que nos puedan hacer más felices o pasarlo mejor que ver como otros son felices gracias a nosotros. Porque eso es el juego en el fondo, una burbuja de felicidad durante la que, por unos momentos, aparcamos nuestras vidas para soñar y evadirnos -y también aprender y forjar lazos de amistad- en un entorno de pura diversión. Y la magia, la verdadera magia, surge cuando ves como otros entran a formar parte de esa burbuja que has creado y se lo pasan en grande. Y eso fue lo que experimenté bastante durante las partidas por Internet y aún mucho más durante la partida del Campamento Barton.
Por Internet fue una gozada vez como “mis novatos”, gente que no había jugado nunca, iban aprendiendo las reglas y a mover y combatir, como se lo pasaban de bien ganando o perdiendo, como vivían cada tirada de dados y cómo se devanaban los sesos viendo a dónde debían mover sus tropas, por qué caminos o en qué lugar les convenía desplegarse para asaltar o resistir los ataques del enemigo. Cada partida, cada sesión, era una aventura diferente en la que me lo pasé en grande viendo las evoluciones de esos jugadores y lo bien que se lo pasaban. Una gozada… que sólo fue el aperitivo.
En el Campamento nos juntamos dos tutores, Alain Winmly y yo, para dirigir los ejércitos de nuestros siete alumnos que jamás habían jugado al juego, nueve personas recreando la batalla de Gettysburg. Al principio la cosa iba un poco lenta pues les tocó aprender a mover, lo de las activaciones, las sutilezas del terreno, de la fatiga, pero lo pillaron enseguida. Y entonces, cuando las tropas ya se acercaban unas a otra y comenzaron los combates, comenzó al diversión.
Y es que la partida fue una fiesta. Pero una fiesta de verdad. Gritos, risas, bromas, comentarios de todos tipo… y cada tirada de dados se coreaba y aplaudía como si la vida nos fuese en ello. Nuestros jugadores se lo pasaron en grande. Pocas veces he visto a gente disfrutar tanto de algo. Y nos echamos muchas horas. Cora, una de las jugadores, me dijo que jamás había jugado tanto tiempo a algo y que si le dijesen que iba a participar en una partida de un wargame que iba a durar más de ocho horas habría dicho que ni de coña, que eso era una locura… pero ahí estaba, entregada a la partida y pasándoselo en grande. Igual que todos los demás. Hasta a la hora de comer nos fuimos todos juntos para seguir charlando sobre el juego y conociéndonos un poco mejor. Ya que esa es otra: ¿qué mejor forma de hacer amigos y de conocerse que alrededor de un juego? Muchos de mis mejores amigos han surgido así.
Cuando a los dos tutores nos llegó la hora y tuvimos que dejar la partida para ir a otra actividad programada en la que estábamos, tras más de seis horas de juego, nuestros queridos jugadores aún se quedaron allí un par de horas más. Para nosotros era una gozada verlos, ahora de lejos, aún en torno al tablero de juego, moviento las fichas y tirando los dados como si la vida se les fuese en ellos. Pocas veces he disfrutado más de un juego y esto ha sido por ver como esas otras personas se lo pasaban tan bien con esa partida que habíamos organizado para ellos. Los pobres se creen que fue un regalo que les hicimos Alain y yo. Pero es al revés, el regalo nos lo hicieron ellos. Qué gran juego, qué gran experiencia esa academia, y qué gran colofón esa partida multijugador de novatos con la que nos lo hemos pasado tan, tan bien.
Menos mal que Kalino, nuestro general al mando, nos arrastró a esta experiencia porque ha sido de lo mejor en estos últimos meses. Si nos ponemos trágicos o existencialistas, la vida es una serie de batallas contra el dolor, la muerte y el vacío en la que cada minuto de felicidad y evasión cuenta como una victoria. Y estas partidas, nuestro Gettysburg de novatos, ha sido una clamorosa victoria de la vida.
Eligio R. Montero